Día de los Trabajadores: orígenes del sindicalismo judío

02/May/2013

Día de los Trabajadores: orígenes del sindicalismo judío

Prof. Gabriel Hojman
Luego de la jornada conmemorativa del Día Internacional de los Trabajadores recordemos los orígenes de las organizaciones obreras judías y las acciones con las que obtuvieron gran parte de sus reivindicaciones, al igual que el conjunto del movimiento sindical.
Si bien podría considerarse que según los relatos tradicionales sobre el origen del pueblo israelita, su nacimiento se da con una huelga (un grupo de esclavos de Egipto abandona sus puestos de trabajo, emigra comprometiendo la mano de obra disponible sobre todo en el sector de la construcción, a tal punto que el Faraón envía una guarnición militar -que fracasa- para evitar dicha emigración) nos centraremos en la época industrial, a partir del Siglo XIX.
El espacio geográfico donde se concentraba una gran población judía urbana, por lo tanto con posibilidad de desarrollarse una clase obrera industrial era la zona occidental del Imperio Ruso que incluía territorios lituanos, polacos, ucranianos entre otros.
Las primeras huelgas de trabajadores judíos, siguiendo la obra del politólogo argentino Daniel Kersffeld “Rusos y Rojos”, se dieron entre 1870 y 1871 en dos de las ciudades más industrializadas del entonces Imperio Ruso:
•Vilna, donde la mayoría del proletariado judío se empleaba en fábricas de cigarrillos y los operarios no judíos eran excepción.
• Bialystok, con sus fábricas textiles, algunas de ellas contaban con obreros exclusivamente judíos, -en total el 60% de los trabajadores textiles eran judíos-.
Las exigencias de los trabajadores se centraban en la reducción del horario de trabajo y en mejoras salariales.
Luego de los ejemplos de Vilna y Bialystok, los obreros judíos también realizaron huelgas en otras ciudades industriales como Lodz y Odesa, donde el 19% del proletariado industrial eran judíos, y en el caso de las fábricas de cigarrillos el porcentaje de trabajadores judíos ascendía al 96%.(1)
Aproximadamente un cuarto de siglo después, se desarrollaron una serie de huelgas, especialmente en Vilna con resultados favorables a los trabajadores, la mayoría de ellos judíos. El 1° de mayo de 1895, a pesar de la opresión por parte del gobierno Imperial se realizó en dicha ciudad, una manifestación por el Día de los Trabajadores por primera vez con obreros judíos desplegando banderas rojas con consignas en idish.(2)
Como es sabido, dos años más tarde, durante el Rosh Hashaná de 1897 se funda en la misma ciudad, Vilna el partido obrero judío Bund, que resumía tanto la identidad de clase trabajadora de sus miembros como la identidad judía tomando como bandera la lengua Idish. El prestigioso historiador Eric Hobsbawm expresó: “La lengua que hablaban la mayor parte de los judíos, el ydisch no tenía ninguna dimensión ideológica hasta que la adoptó la izquierda no sionista”(3).
El nacimiento del sionismo coincide temporalmente con el del Bund (el Primer Congreso Sionista fue también en 1897). Dentro del sionismo hubo también, desde comienzos del Siglo XX sectores obreros, organizados originalmente en el grupo “Poalei Sión” (Obreros de Sión).
El destino de estos obreros judíos y sus descendientes fue variado en el siglo XX, algunos emigraron, especialmente a América donde continuaron con su actividad sindical incluso en Uruguay.
Muchos de ellos fueron protagonistas de las  revoluciones rusas de 1905 y 1917.
La Shoá diezmó a gran parte de este colectivo, pero algunos fueron protagonistas de la resistencia, varios sobrevivieron.
Otros concretaron su aliá, continuando también con su militancia obrera, como muestra la fotografía (extraída de wikipedia), que corresponde al acto del Primero de mayo de 1950, organizado por el Partido MAPAM donde puede leerse la consigna “Primero de Mayo por la Paz y Hermandad entre los Pueblos” en los idiomas hebreo y árabe.
(1)Kersffeld, Daniel. Rusos y Rojos. Buenos Aires. Capital Intelectual. 2012. Págs. 21-22.
(2)Ídem. Págs. 33-35.
(3)Hobsbawm, Eric: La Era del Imperio, 1875-1914. Editorial Crítica, Buenos Aires, 1998. Pág. 157